Una conexión sin igual

Está comprobado que el caballo puede realmente captar la esencia del ser humano. Comprender el origen de su conducta es imprescindible para garantizar así su bienestar físico, emocional y mental. Y en eso consiste la etología equina. Pues si un caballo nos acepta, damos un paso más hacia aceptamos a nosotros mismos.

Por Patricio Muñoz Barrios

 

No es causal el vínculo entre el ser humano y el caballo. Está comprobado que son capaces de generar una importante conexión con las personas. Ellos, en su extrema sensibilidad, perciben cómo estamos, ya sea acelerados o tranquilos, nerviosos o calmos. En un estudio publicado por la revista Scientific Reports, se estableció que los caballos pueden lograr la expresión facial y el tono de voz, percibiendo así las emociones humanas. Justamente, la etología equina estudia el comportamiento y los instintos de los caballos. Gracias a este estudio podemos llegar a identificar las distintas conductas que tiene el animal, como por ejemplo su comportamiento social o en la alimentación, entre otros.

 

Desde niño siempre tuve buenas experiencias con los caballos. Tomé clases de equitación, salto, a los 16 cabalgue por praderas. Y en un momento me fui a vivir al campo y me encontré con manadas de caballos, y empecé a sentir inquietud. Comencé a aprender de ellos, buscando información. Compré un caballo y seguí mis ganas de aprender mucho. Empecé con doma racional, equitación terapéutica, rehabilitación ecuestre. Por esas cosas de la vida, terminé especializándome en etología, con la intención de trabajar de forma diferente a lo que se hacía. De alguna manera gracias al estudio, la ciencia, la vocación, la experiencia, el amor y también la pasión que generan los caballos, hoy hay mucha gente que se ha especializado en ramas alternativas de cuidados de equinos.

 

 

Los caballos son herbívoros y animales presa, han evolucionado para sobrevivir con diferentes técnicas como la reproducción y la alimentación. Suelen estar en manada con sus pares en la naturaleza, y tienen de alguna manera una organización social que está hecha para la supervivencia frente al ataque de depredador que, para sobrevivir, tiene que cazar. El animal presa, el caballo, tiene que huir de ese ataque. Pero si no aprendió a sobrevivir en esa primera oportunidad, no tendrá otra: aprende o muere. Entonces, son muy rápidos para aprender, entienden las cosas la segunda vez que se las explica. Asimismo, como son mamíferos, tienen características de socialización; son seres que tienen emociones y se comunican a través de ellas y del lenguaje corporal que identifican en nosotros, y con ese mismo lenguaje, nosotros debemos comunicarnos con ellos. De todas las técnicas de aprendizaje, lo emocional es la mejor herramienta de comunicación con los caballos. Cuando uno logra llegar a ese nivel de comunicación con ellos: eso es empatía, ponerse en el lugar de ellos.

 

La etología equina, entonces, abarca las conductas innatas, aquellas que el caballo tiene desde que nace y son instintivas, no las aprende. Sin embargo, también forman parte de este estudio los comportamientos adquiridos, aquellos que no tiene cuando nace y que va adquiriendo con el paso del tiempo gracias al aprendizaje.

 

Los caballos albergan recuerdos emocionales, entonces todos los procesos educativos o de relación con el ser humano que tienen repercusión o trauma emocional quedan grabados y les es muy difícil recuperarse también. Eso también logra la etología: comprender al individuo para criar caballos con una conciencia de trabajo y cooperación con el ser humano muy especial y que facilita todo tipo de procesos de relacionamiento entre ambos, del tipo que sea. Se genera un vínculo educativo y de estímulo constante en el que va aprendiendo a medida que va creciendo y va entendiendo de qué forma se va a relacionar con el ser humano, dependiendo la disciplina que sea.

 

El caballo representa libertad, fuerza, inteligencia, independencia. Reflejan la posibilidad de transgredir los límites del espacio, de alcanzar lugares arriba de ellos. Los estímulos que sentimos al montarlos son terapéuticos. Ese contacto prístino con la naturaleza nos hace estar atentos y en conexión con ellos. Son un cable a tierra y nos hacen tomar conciencia de nuestras emociones, de nuestro estado corporal. Siempre nos incentivan a ser mejores seres humanos, más comprensivos, más empáticos…una comunicación única que se genera entre caballos y seres humanos.



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