Somos el problema, somos la solución

Es muy simple: la basura es un problema. A decir verdad, la sociedad de consumo en su configuración actual es un problema y, más allá, la naturaleza humana misma -la necesidad, el deseo, la ambición, el placer, el lujo- son problemas. Reflexiones sobre la separación de residuos en origen.

 

Por Natalia Costa Rugnitz y Nicolás Barriola

 

 

Digámoslo sencilla y claramente: la basura es un problema y, a pesar de ser tan solo una de las puntas del iceberg, es un problema enorme y urgente. ¿Cómo resolverlo? ¿Cómo minimizarlo, al menos? Para empezar, colocando exigencias fuertes y ejerciendo un control eficiente sobre aquellos que, de una otra manera, inyectan ingentes cantidades de plástico o vidrio de un solo uso al sistema. Pero también -y esto es lo que aquí más nos interesa- con educación ciudadana y políticas públicas. Es decir: con cultura.

 

 

Algunas naciones han logrado verdaderas proezas. En Suecia y Noruega, por ejemplo, surgió toda una industria hasta que la capacidad de procesar basura superó el ritmo de su generación y fue necesario pasar a… importar basura. En Alemania, hace tiempo que la mayoría de los supermercados ofrece instalaciones mecanizadas para el descarte «minorista» (doméstico) de botellas: se deposita por un lado, una esterilla se lleva el objeto, se recoge el ticket por el otro. El ticket, que especifica el valor del material descartado (porque tiene un valor), se descuenta del total en la próxima compra. En el back, grandes contenedores se cargan de a poco y, cuando llegan a su capacidad máxima, una central emite automáticamente un aviso para que el camión correspondiente se encargue del traslado. Por lo general, el tránsito es intenso entre los garajes de los centros comerciales y las fábricas de cerveza (que, como se sabe, en estas latitudes son verdaderos laboratorios alquímicos). Las mismas botellas son, así, una y otra vez rellenadas y vaciadas en un ciclo cerrado, con desperdicio casi nulo y para la algarabía de todos. Pero no es solo la cerveza: desde un punto de vista más amplio, no hay mucha cultura de lo descartable en Alemania (al menos en lo que refiere a artículos de supermercado).

 

 

En esta línea, Uruguay deja mucho que desear. Pero tampoco es un país del todo analfabeto. Hace casi quince años, con el arquitecto Mariano Arana como intendente de Montevideo, se lanzó un plan para separar los residuos domiciliares que implicaba el suministro de bolsas con código de color.

 

 

En ese momento algunos de nosotros pasamos a clasificar y acondicionar los desechos del hogar, higienizando lo reciclable y disponiéndolo limpio y seco en las bolsas diferenciadas. Con esto, se estableció poco a poco una nueva rutina familiar.

 

 

Pasada más de una década, esta práctica sigue siendo parte de nuestro día a día. Y lo que es más importante: del día a día de nuestros hijos. Cada vez más, para las nuevas generaciones seleccionar el contenedor adecuado en el momento de descartar cualquier cosa es una acción natural y espontánea: se hace en casa, se hace fuera de casa. Se trata de un comportamiento luminoso y más valioso aún porque no ha nacido de la nada, sino que ha sido cultivado consciente y metódicamente.

 

Es a usos y costumbres de este tipo a lo que nos referimos cuando hablamos de ciudadanía y cultura. Pero: ¿Qué sucede? ¿Qué sucedió? Montevideo sigue sin dar con la clave. El plan originalmente planteado duró poco y las bolsas codificadas desaparecieron de escena.

 

En casa continuamos, sin embargo, catalogando y lavando los residuos. Lo hacemos aunque tengamos la fastidiosa sensación de que, en realidad, el proceso se trunca en el camino antes de completarse con éxito. Pero lo hacemos de todos modos, sobre todo, porque sabemos que una vez que un cambio cultural de semejante envergadura se consolida, desmontarlo implicaría un vuelta atrás imperdonable. Queremos legar a las próximas generaciones buenas prácticas de vida en comunidad y una conciencia lúcida de lo que significa estar-en-el-mundo.

 

 

 

Si bien algunas acciones continúan siendo tomadas -principalmente a nivel de comunicación: instrucciones de compostaje domiciliario, cartelería urbana, colores consensuados para la clasificación (verde y naranja), campañas en televisión, escuelas, etc.- esto no es suficiente. Lo cierto es que reciclamos un porcentaje demasiado pequeño de los desechos que generamos y que, de ese volumen, solo un 20% llega a las plantas de clasificación y es reincorporado al mercado de consumo. No es suficiente. Necesitamos más. Y cuanto antes.

 

La premisa de que la mayor parte de la “basura” no es basura, sino materia prima, es una idea sin la cual la civilización no puede seguir adelante. La basura es un problema. La economía circular es parte de la solución. En definitiva, somos el problema. Somos la solución.

 

 

Las consecuencias a la vista
Una de las consecuencias de no dar un destino adecuado a los desechos puede verse claramente en los bañados/humedales (?) de Carrasco Norte. Los bañados cumplen, o deberían cumplir, varias funciones: purificar el agua, frenar sequías y crecidas, dar sitio para una biodiversidad específica y riquísima. Pues bien: nada de esto sucede en Carrasco Norte. Muy al contrario, la enorme acumulación de desperdicios impide que el ecosistema se desempeñe como debería. Esto tiene múltiples efectos, entre los cuales uno de los más graves es que la contaminación acaba por escurrirse, por medio de los cursos de agua, directamente hacia el Río de la Plata.

 

Los humedales son ecosistemas hermosos y de gran importancia. Además, estudios científicos demuestran que su presencia reduce significativamente los efectos negativos del cambio climático.
Lo que sucede en Carrasco Norte es un ejemplo patente de cómo las acciones individuales, que pueden parecer nimias si se consideran aisladamente, al ser tomadas en su conjunto y mediadas por gestiones públicas deficientes constituyen un fenómeno destructivo de escala masiva.

 

 

Otra punta nada irrelevante del problema es la social: las inmediaciones de los bañados de Carrasco Norte están muy urbanizadas. En gran contraste con otras áreas cercanas del mismo barrio, donde se concentra una parte importante de la clase media y alta del país, aquí proliferan los asentamientos. Muchas veces, los vecinos tienen justamente en los basurales su «lugar de trabajo». Al factor humano se suman también cuestiones ambientales: las cloacas de los asentamientos, por ejemplo escurren hacia arroyos y de este modo crece el caudal de contaminación.

 

 

Agradecemos a Gianninna Orcasberro de la Asociación de los Bañados de Carrasco – ABC Rural, por las imágenes cedidas.

Ver más en: https://www.abcrural.org.uy/



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