Sinapsis Urbana

Por Nicolás Barriola y Natalia Costa.

 

Yuval Noah Harari, autor de las polémicas obras Sapiens y Homo Deus, presenta una crítica a ciertos conceptos heredados de la tradición que está lejos de ser una mera provocación. Una de sus hipótesis desafía la noción arraigada de que la inteligencia es la característica distintiva de los seres humanos; con esto, tiemblan los fundamentos mismos de la historia del pensamiento. El «animal racional» aristotélico se pone en tela de juicio.

 

En su lugar, Harari propone que nuestra principal fortaleza reside en la capacidad de colaboración. A diferencia de otras especies, la capacidad colaborativa del ser humano trasciende tendencias innatas, como ocurre con las abejas o las hormigas. Los humanos colaboramos a gran escala, construimos elaboradas narrativas y habitamos esas narrativas, consensuamos qué valores subyacen a ellas y, sobre todo, priorizamos, planificamos y ejecutamos acciones para realizar esos valores.

 
 

La “inteligencia colaborativa”

 

Esto tiene enormes implicancias sociales. En el ámbito de la gobernanza, se traduce en la creación y mantenimiento de estructuras interconectadas para implementar políticas eficaces.
Aquí es donde surge la metáfora de la «sinapsis urbana». La sinapsis urbana se refiere a la colaboración inteligente de todos los actores involucrados, interconectados cual si fueran nodos, en la gestión de una ciudad.

 

Tal como las sinapsis en el cerebro permiten la transmisión de información entre neuronas, una «sinapsis urbana» sería un sistema eficiente de comunicación y colaboración entre los diversos componentes de la sociedad que redundaría en resultados inteligentes en el más amplio sentido de la expresión.

 

Esto incluye a los ciudadanos en general, ONGs, arquitectos-urbanistas, empresarios y, sobre todo, a los políticos, quienes, en lugar de competir por el poder y los votos, se convertirían en facilitadores de la sinapsis, trabajando en conjunto para identificar problemas de la ciudad, como la movilidad, la vivienda asequible, la sostenibilidad ambiental, la calidad de vida o problemas relativos al saneamiento y la distribución de agua, tan urgente actualmente.

 

Además, al igual que en el cerebro donde las sinapsis permiten la adaptación y el aprendizaje, una «sinapsis urbana» estaría en constante evolución, ajustándose a las necesidades cambiantes de la comunidad y, en particular, aprendiendo de las experiencias pasadas y elaborando planes de mediano y largo plazo.

 

 

La realidad de las cosas

 

Todo esto implica, al menos en el estado actual de situación, una especie de ingenuidad o de utopía. El contraste con la realidad es casi obsceno. Si lo que Harari estipula es cierto (y hay buenas razones para creer que lo es), entonces estamos fallando en lo que nos hace específicamente humanos. Fallamos en la sinapsis social, en esa colaboración compleja que es la base de la evolución.

 

La colaboración, de hecho, puede entonces ser vista como una necesidad evolutiva. Claro que nos compete a todos, pero aquellos que dominan la intrincada danza de intereses y objetivos sociales, es decir los políticos, son los que detentan el mayor poder (y, por eso, la mayor responsabilidad) de transformar los valores compartidos en realidades tangibles.

 

En Homo Deus, Harari lleva la idea de la capacidad colaborativa como distintivo de la especie aún más lejos, sugiriendo que no solo ha sido fundamental con relación al pasado, sino que también guiará nuestro futuro.

 

¿Qué esperar en relación al futuro, entonces? Se trata de no actuar como carroñeros que se disputan la presa. De lo contrario las perspectivas son, como mínimo, preocupantes.



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