Racismo en América Latina: empoderar la diversidad

La discriminación, el racismo sistémico y la exclusión de las personas afrodescendientes y poblaciones indígenas es una realidad común a todos los países de la región. Deconstruir nociones de un pensamiento social profundamente arraigado en la cultura es el primer paso para luchar contra la desigualdad que generan los prejuicios y estereotipos raciales.

Por Sofía Muratore

 

“De aquí a 2030, potenciar y promover la inclusión social, económica y política de todas las personas, independientemente de su edad, sexo, discapacidad, raza, etnia, origen, religión o situación económica u otra condición”, establece uno de los principios del Objetivo 10 de Desarrollo Sostenible de la Agenda 2030 de las Naciones Unidas.
Desde 1980, se está trabajando en pos de disminuir la desigualdad entre países, no obstante, cada vez la brecha es mayor. Y si bien existe una falsa noción de que esa brecha en América Latina está más vinculada a una cuestión clasista y económica, lo cierto es que su expresión va de la mano del racismo, la discriminación, la xenofobia y la violencia. Se expresan de maneras diferentes según los países, pero tienen un denominador común: son sistémicos.

 

Episodios como el ocurrido en Estados Unidos con la muerte de George Floyd han agudizado el debate. Adquiere singular visibilidad cuando ocurren en el país del norte, sin embargo, en nuestra tierra podemos encontrar situaciones similares que quizás no llegan a los titulares de los medios. No obstante, se puede hablar con certeza de discriminación racial y exclusión de personas indígenas y afrodescendientes de proyectos de ciudadanía.

 

A raíz del contexto de pandemia, se han tomado medidas que solventan problemas económicos hacia grupos vulnerables afectados por causa del racismo. Existe muy poca información en América Latina con respecto a los efectos diferenciales del COVID-19 según grupos racializados, aunque salen a la luz indicadores que permiten deducir que la pandemia está generando efectos raciales diferenciados. De hecho, expertos de la ONU en derechos humanos pidieron a las autoridades de todos los países a no aplicar criterios que puedan discriminar a las minorías étnicas en sus estrategias de combate al COVID-19. Advirtieron que los pueblos indígenas y afrodescendientes se cuentan entre los grupos que sufrirá desproporcionadamente la crisis…y es que el racismo, también es pandémico. Y desarmarlo requerirá mucho más; será necesario deconstruir el pensamiento social y los prejuicios arraigados profundamente en el núcleo de la cultura.

 

 

 

Pero, ¿cómo enfrentar la discriminación étnica y racial que está en la base de los sentimientos xenofóbicos en los países de la región? Mabel Gisela Torres, afrodescendiente y la primera Ministra de Ciencia, Tecnología e Innovación de Colombia, explica que lo principal es finalizar con un pensamiento instaurado en relación a la incapacidad de acción: “Debemos romper estereotipos, desmitificar la construcción social. Hay que trabajar desde adentro, fortalecer el espíritu y lograr de alguna manera que las personas se puedan reconocer como con poderosas y capaces”. Antes de tomar el cargo, la licenciada en biología y científica -a través de su proyecto Selvacéutica- buscaba poner la ciencia al servicio de la población de la selva tropical colombiana, una población en gran parte afrodescendiente con un profundo conocimiento tradicional de los usos productivos de las plantas en esta región de biodiversidad.

 

Desde la perspectiva de las poblaciones indígenas, Jorge Gronda, médico y co-fundador de Pueblos Originales -una plataforma socio-comunitaria que busca poner en valor a las comunidades originarias del noroeste argentino comercializando experiencias turísticas- comenta que muchas veces le han consultado su visión sobre la desigualdad ligada al racismo. Con el tiempo, aprendió a contestar: “No debemos hablar del otro como un ´otro´. Todos somos distintos, pero por eso no peor, ni mejor. El error está en querer igualarlos, o pensar que somos superiores y por eso debemos tenerle lástima al que se cree distinto”.

 

Su socio y amigo, Rene Calpanchay, descendiente de indígenas, se ha vuelto especialista en políticas para pueblos originarios: “Para ser dignas, todas las personas debemos empoderarnos a través de la diversidad, el respeto, la coherencia y la armonía entre lo que sentimos, pensamos y hacemos, sabiendo que la historia no se cambia”, señala. “Debemos construir en comunidad, un presente para proyectar un futuro. Eso no se puede hacer desde el ´yo´, individual o el ´ego´, sino desde el ´Co´ de la complementariedad, colectividad, o comunidad. Nadie en soledad puede sobrevivir, convivir, producir, ni darle sentido a la vida, menos desde el resentimiento”, afirma el emprendedor.

 

Bajo esta necesidad de incluir, y de construir juntos, Jorge comenta: “Yo he tratado de ser revolucionario, de querer cambiar lo establecido. Pero, me di cuenta que el error está en pensar que debemos ser activistas. Al contrario: tenemos que hacer, y construir desde la diversidad. Siempre hay puntos en común, siempre hay eslabones para trabajar”.
Aunque para muchos, el racismo es un tema que opera en sectores (o incluso un tópico de otros tiempos), hay evidencias concretas de que aún continúa generando marginalidades y segregando a la sociedad, disminuyendo oportunidades e imposibilitando la acción.

 

Según un informe del Banco Mundial, por ejemplo, los afrodescendientes en América Latina tienen 2,5 más probabilidades de vivir en pobreza crónica que los blancos o mestizos. El documento también indica que, además de tener mayores tasas de pobreza, estos grupos tienen menos años de escolarización, experimentan más desempleo y están poco representados en cargos de toma de decisiones, tanto públicos como privados.

 

Noelia Maciel es emprendedora afro de Orí Cauris: Laboratorio de Negocios, en Uruguay, y su objetivo es empoderar a mujeres afroamericanas a desarrollar su propio negocio. “El racismo es un tema no resuelto porque está en la base estructural de nuestras sociedades; es una fuente de poder”, señala. “Como dice Sueli Carneiro, socióloga brasileña especialista en el tema, es uno de los problemas más graves y, sobre todo, es el que causa mayor daño a todos los involucrados”. Luego, continúa desgranando algunos conceptos que reflejan la profundidad en la que la problemática se enraiza: “El racismo rebaja la humanidad de todos, de quien lo practica y de quien es víctima de él. Produce una falsa conciencia en algunas personas de superioridad en relación con otros seres humanos.”

 

La emprendedora explica que según datos recientes del Banco Mundial, las personas afrodescendientes son la minoría más numerosa de Uruguay, pero el 20% viven por debajo de la línea de pobreza. La comunidad sufre dificultades para acceder a servicios esenciales. Por ejemplo, 2 de cada 3 niñas o niños afro abandona el sistema educativo entre la primaria y la secundaria. Los resultados negativos alcanzan también el mercado laboral: se estima que ganan 20% menos que otras personas uruguayas por el mismo tipo de trabajo; y en lo que refiere al acceso a la vivienda, 1 de cada 5 hogares afrodescendientes en Montevideo está en un asentamiento.

 

 

Hacernos cargo
Según el último censo de la CEPAL en América Latina 130 millones de personas (21% de la población) son afrodescendientes. Se estima que la incidencia de la pobreza y de la extrema pobreza es más elevada en esta población, reafirmando que la exclusión se traduce en los peores indicadores económicos y sociales, escaso reconocimiento cultural y acceso a instancias decisorias.
Sin embargo, el informe del Banco Mundial antes mencionado recalca que. a pesar de estos desafíos. se han hecho grandes avances en los últimos años y que los afrodescendientes se han beneficiado de una amplia reducción en la tasa de pobreza regional. Por ejemplo, más del 50 por ciento de los hogares afrodescendientes salieron de la pobreza en Brasil y Uruguay, y más del 20 por ciento en Ecuador y Perú.

 

Señales de mejoría no son motivos suficientes para pensar en una pronta solución; no cuando se trata de un tema que perdura hace siglos. Cuando se le consulta a la Ministra de Colombia por qué el racismo aún sigue siendo un tema de agenda, responde: “Es un tema no resuelto; la gente no ha tomado conciencia de que lo que le pasa al otro, le afecta a todos. Tenemos una población que siente que no hay lugar para ellos en la sociedad. Esto significa construir una sociedad con dolor y tristeza… se visualiza en las personas. A su vez, faltan políticas públicas para finalizar brechas con respecto al racismo, y del reconocimiento de la gente ‘negra’ en el planeta”.

 

El caso de la población indígena es similar: tienen escasa representación política; a menudo se les excluye de los procesos de consulta sobre proyectos que afectan a sus tierras y son con frecuencia víctimas del desplazamiento forzoso como resultado de actividades comerciales como la explotación de los recursos naturales. De hecho, en casi todos los países de la región, los afrodescendientes gozan de índices de bienestar mayores. La explicación radica en la asociación que se hace entre las poblaciones indígenas y las comunidades rurales, que suelen ser más pobres, mientras que las personas afrodescendientes participan más -muchas veces desde la informalidad- de las economías urbanas.

 

Debido a ello, en 1982, el Grupo de Trabajo de las Naciones Unidas sobre Poblaciones Indígenas consagró las necesidades y anhelos de estas poblaciones en un proyecto de Declaración de los Derechos de los Pueblos Indígenas. Recién en 2007 la Asamblea General de la ONU la adoptó, convirtiéndola rápidamente en una herramienta clave para la promoción y la protección de los derechos de los pueblos indígenas. El Comité para la Eliminación de la Discriminación Racial ha dejado en claro que la discriminación contra los pueblos indígenas constituye discriminación racial.

 

Entonces, ¿cuáles son las salidas? ¿Podremos alguna vez terminar con el racismo? ¿Podremos deshacernos de estereotipos raciales? Rene, quien no es ajeno al sentimiento de la discriminación, entabla discurso propositivo y proactivo, invitando a conciliar y dialogar, pero sobre todo, a tomar acción. “Entre todos debemos hacernos cargo y empezar a generar nuevas formas de convivencia que se puedan mostrar y replicar, para que nos sirvan como semillas para afrontar los dos problemas graves que hoy tenemos: las desigualdades y la crisis climática”.
Según su compañero Jorge, el problema es que se enfatiza lo que el otro no es capaz de hacer, y ahí es cuando se genera la desigualdad. Con ello, el especialista ejemplifica con la situación que enfrentan las mujeres quienes, asegura, muchas veces no se les “dá lugar de mostrar sus capacidades”, y en otros casos, “ellas mismas han de sentirse poco ´competentes´porque sus generaciones pasadas, su entorno social, no han innovado en lo que ellas han de desear en la actualidad”.

 

Mabel concuerda en que todos tenemos posibilidades, pero destaca que en ciertas ocasiones las mujeres afrodescendientes se encuentran en territorios que no les permiten desarrollarse y demostrar su potencial. “Se genera la desigualdad por cuestiones estructurales. Las mujeres negras se asientan en territorios donde las oportunidades son pocas. Esto, en general, demuestra por qué estas familias tienen menos ingresos”, desarrolla.

 

Las Naciones Unidas afirman que los ingresos laborales de las mujeres afrodescendientes son inferiores a la de hombres no afrodescendientes, incluso si la mujer posee estudios y el hombre no, sigue posicionándose en un nivel de desigualdad.

 

En ese sentido, Noelia reivindica la importancia de promover el emprendedurismo, puesto que, si bien la desigualdad está latente, es necesario convocar a la participación. En lo que refiere a las mujeres, destaca: “Es importante empoderarlas. Esto tiene que ver con participar en procesos colectivos que busquen elevar los niveles de autonomía y decisión propia de las mujeres en su conjunto y en su diversidad”, dice.

 

La desigualdad invita a la reflexión y a la discusión constante, como así también incita a analizar distintas segregaciones existentes. Y en este sentido, Jorge promueve la construcción de una “Patria grande”, pero afirma la necesidad de hacer y llamar a la participación. No basta con decir, sino que hay que “integrar, convocar, y trabajar”. Hay diálogos que ya se están generando, activismos que ya se están concretando y conceptos que se están permeando, aún más quizás, en las nuevas generaciones que vienen con frescura y cambios de paradigma adoptados como naturales.

 

Recordar que todos somos humanos. Reencontrarnos con respeto y dignidad. El camino hacia una América Latina sin racismo sin dudas no será corto ni fácil, pero al seguir construyendo la región, hagámoslo con diversidad. Debemos y nos lo debemos.

 

 



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