
Maravillas del fin del mundo
El relato de un inusual encuentro en el fondo del mar patagónico.
Por Uriel Sokolowicz Porta
A lo largo de mi carrera, como documentalista y como buzo, me ha tocado trabajar en diversos escenarios remotos y aislados de la costa patagónica argentina e incluso en la Antártida, pero nunca había tenido la oportunidad de proyectar tareas de exploración, investigación, buceo y registro audiovisual en Península Mitre. Este territorio está ubicado en el sureste de la Isla Grande de Tierra del Fuego, dentro de la Provincia de Tierra del Fuego, Antártida e Islas del Atlántico Sur. Se trata del confín más austral del continente americano, un lugar singular desde muchos puntos de vista. Representa un valioso patrimonio natural por el cual muchas organizaciones, personas y entidades están luchando por su conservación desde hace varias décadas. Pero un aspecto quizás un tanto más desconocido es el valor patrimonial cultural de la región, donde entre los vestigios de los pobladores originarios y los de los antiguos navegantes que circundaron sus aguas, hay una gran riqueza de información para estudiar y poner en valor.
- Foto: Uriel Sokolowicz
- Foto: Uriel Sokolowicz
Recientemente, he tenido la fortuna de participar en varias expediciones a Península Mitre y son muchas las anécdotas y momentos memorables que registro, desde hallazgos de naufragios arqueológicos históricos hasta la interacción con asombrosa fauna subacuática.
Este encuentro que les comparto ocurrió durante una de estas campañas, al concluir las tareas científicas asignadas a una inmersión de relevamiento científico sobre los bosques de macroalgas. Fue allí cuando comencé a explorar el bosque sumergido que me rodeaba. Veía a lo lejos a las otras parejas de buceo, me hallaba solo, teníamos algunos minutos por delante antes de ascender. La visibilidad era increíble, la mejor de toda mi vida en más de dos décadas de inmersiones en distintos lugares remotos de la Patagonia.

Foto: Joel Reyero
En ese contexto, hallé y me acerqué a este gran pulpo que reposaba sobre nuestro objeto de estudio, un alga gigante. Probablemente para él, el asombro era tan grande como el mío. Yo era un ser que el pulpo jamás había percibido antes en su entorno. La presencia humana en esa región del planeta y bajo el agua es nula.
En medio de ese contexto mágico y ante el hallazgo, pasé más tiempo observándolo que tomando registros con la cámara. En ocasiones se producen esos momentos donde uno queda cautivado, conmovido. Hacer la cámara a un lado me es imperioso, y necesito contemplar por los instantes que sean posibles lo que me rodea. Por suerte en esta ocasión ocurrieron ambas cosas y una de las fotos llegó a la revista National Geographic. Confieso que aun así, lo que no cambiaría por nada en el mundo es esa sensación previa con el pulpo, el momento de observarnos y estudiarnos mutuamente, solos, en el fin del mundo.
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