
Las experiencias compartidas como herramienta de inclusión
Con la convicción de que una sociedad más inclusiva es posible, Umuntu es una agencia que asesora a empresas, organizaciones e instituciones para que sus entornos, productos y servicios, su comunicación y eventos, sean accesibles a personas con discapacidad.
Por Mariana Goday, directora de Umuntu agencia de accesibilidad
Según el último Censo Nacional, en Uruguay, un 15,8% de las personas tiene algún tipo de discapacidad. Cada vez que estas cifras surgen en una conversación, la reacción más común es la sorpresa y luego la incredulidad. Es lógico, en una sociedad donde domina aquello de “ver para creer” es difícil sostener este dato cuando en nuestra vida cotidiana no solemos cruzarnos con ellas.
Si no están es, en parte, porque no se dan las condiciones para que participen en un concierto, en una charla o seminario, un partido de fútbol o una obra de teatro. Para muchos puede resultar todo un desafío: para las personas con movilidad reducida o usuarios de silla de ruedas puede ser difícil llegar y transitar en el lugar. Para otros, como las personas sordas, la dificultad está en el acceso a la información, lo cual solo es posible si hay intérprete de Lengua de Señas. Las barreras que deben derribar los individuos ciegos o con discapacidad intelectual tampoco son menores.
Umuntu nació con el objetivo de sumar en el camino hacia la inclusión que se viene construyendo y en el que todavía queda mucho por hacer. Un camino que las organizaciones que luchan por los derechos de las personas con discapacidad recorren hace décadas a puro esfuerzo y coraje.
Desde un principio, el objetivo que nos planteamos en Umuntu fue que los eventos (y otras instancias de encuentro) fueran para todos, que nos permitieran vivir la experiencia de la inclusión dejando de lado los estereotipos.
Transformar los vínculos y espacios que habitamos
En cada trabajo que llevamos adelante nos preocupamos por derribar las barreras del entorno físico -las que dificultan el ingreso y la circulación- y las de acceso a la información con las que se encuentran a menudo las personas con discapacidad.
Existe una tercera barrera, la actitudinal, que solamente se puede tirar abajo entre todos. Esta es la “que más duele”: es la que llevamos en nuestra mochila, es nuestra forma de ver al otro, nuestras ideas y prejuicios.
La buena noticia es que es la más fácil de superar ya que es parte de nosotros mismos. No depende de la estructura de un edificio, ni de la aprobación de leyes o la implementación de políticas públicas. Y es, a su vez, la más difícil porque nos interpela, nos empuja a salir de ahí, de ese lugar donde se anidan aquellas formas de ver y entender al otro.
Si somos capaces de ir poco a poco haciendo que los espacios que habitamos sean para todos y, por ende, que las experiencias que vivimos en esos espacios sean compartidas, vamos a construir una vivencia en común con ese otro que hasta el momento nos es ajeno. Ese que hoy es mi compañero de banco, el que hace la pregunta en una charla, con quien me cruzo en el hall, con quien espero en la fila para entrar a un lugar.
La experiencia compartida es transformadora, nos acerca, nos permite conocer al otro, construir nuestra propia idea de quien tenemos adelante. Así, dejaremos de ver a la persona en situación de discapacidad como aquella de la que no sabemos nada y comenzaremos a verla como lo que es, alguien con nombre y apellido, intereses propios, aspiraciones, sueños y metas por cumplir.
El hacer que más instancias sean inclusivas no solo contempla el derecho de todos a ser parte, sino que genera espacios para conocer al otro y descubrirlo desde un lugar diferente.
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