
¿La nueva normalidad?
Este nuevo concepto indicaría que la humanidad vivía en la norma. Hoy el llamado es al distanciamiento social, pero ya existía otro tipo de distanciamiento: con el planeta y con las necesidades de quienes habitan en él. El virus no hizo más que poner en evidencia que las reglas deben cambiar para salir fortalecidos de la crisis y que la sustentabilidad, en todos sus aspectos, debe ser la nueva normalidad.
Por Lucía Tornero
Si hay una expresión que la pandemia ha puesto en la boca de todos, esa es “la nueva normalidad”. Hay distintas acepciones del término, diversas interpretaciones, pero un denominador común: la consideración absoluta de que sí vivíamos en una normalidad, en distintas facetas de la vida, siendo una de ellas nuestro vínculo con el planeta. Pero, en el momento en que dimos por “normal” el estado en el que la humanidad se relaciona con el ambiente previo al COVID, entonces con seguridad podemos decir que hay un cortocircuito.
Una de las primeras normas adoptadas por los seres humanos (y pregonada constantemente por gobiernos y organismos sanitarios) tuvo que ver con el distanciamiento social. Debemos evitar que el virus se propague y para hacerlo, una de las medidas más efectivas es mantener la distancia entre nosotros. Física, claro está. ¿Pero qué hay de la distancia con nuestro planeta? ¿Era normal el distanciamiento ambiental en el cual nos manejábamos?
Además del virus, hay algo más que también fue circulando en estos últimos meses y fueron informes, noticias, videos en redes sociales, sobre la insólita “recuperación” del ambiente: la reducción de los gases de efecto invernadero, las aguas turbias devenidas en cristalinas de los canales de Venecia, animales salvajes retornando a las ciudades vacías, entre muchos otros. Lo cierto es que muchas de estas informaciones eran falsas, previas a la pandemia, o engañosas. Sin embargo, había algo en nosotros que se regocijaba al recibir estas novedades. Queríamos contemplar estos hechos casi como un logro, como una palmada en la espalda por habernos detenido un momento y reflexionar -al menos por un rato- sobre los efectos de “hacer las cosas bien”. Pero, ¿es hacer las cosas bien pensar en la pandemia como una facilitadora de efectos ambientales positivos? ¿Es responsable emitir tales opiniones cuando la inequidad social es una de las consecuencias más visibles de esta crisis sanitaria?
“Los impactos socio-económicos de la pandemia ya son evidentes en gran parte del mundo. Su consecuencia sobre los sectores más vulnerables seguramente será un incremento significativo de la pobreza. Y la pobreza es el problema ambiental más terrible”, dispara Aramis Latchinian, licenciado en Oceanografía Biológica y máster en Ciencias Ambientales, ex-director nacional de Medio Ambiente del Uruguay, consultor internacional y docente de diversas universidades. “No hay países pobres que sean cuidadosos con el ambiente, no se le puede exigir a las personas que no han comido, que se esfuercen por conservar la naturaleza”.
En definitiva, esta supuesta mejoría o efectos positivos vistos desde un punto de vista ambiental son, según Federico Baraibar, Director Ejecutivo de CEMPRE (Compromiso Empresarial para el Reciclaje), expresiones de deseo de un colectivo que viene militando hace décadas en pro de cambios sustanciales y profundos del sistema económico y su vinculación con el medio ambiente. “Pero de ahí a que el parate económico demuestre que es posible un cambio radical en el sistema económico global y del mismo modo de su impacto en los ecosistemas, es pecar de una miopía que la causa no puede permitirse”, señala.
Una reducción mínima de gases de efecto invernadero (GEI) durante unos días no modifica los modos de producción ni los hábitos de consumo, según establece Latchinian. “Y al terminar la pandemia los GEI serán muchísimo mayor. Por ejemplo, China, el principal emisor del mundo, venía reduciendo sistemáticamente sus emisiones e incorporando energías limpias a su matriz energética. A raíz de la pandemia, ya anunció la apertura de una gran cantidad de centrales térmicas en base a carbón. En una semana comenzó la construcción de más centrales que durante todo el año pasado”, apunta el consultor. “La emisión de GEI en el mundo se venía reduciendo por la incorporación de tecnología ambientalmente adecuadas, por la mayor venta de automóviles, por mejoras en la calidad de vida de las personas. La industria automotriz es seguramente la que más ha avanzado en las últimas décadas. Todos esos aspectos retrocederán en un contexto económico recesivo”, agrega.
Retornando a aquella miopía a la que refería Baraibar, esta tiene que ver con no mirar otros aspectos como, por ejemplo, lo que está sucediendo con los residuos en este contexto. Para preservar la salud del personal que trabaja en los servicios de tratamiento de estos materiales, se suspendieron en muchos lugares la recolección de materiales reciclables y la clasificación posterior en plantas especializadas. “Pero esto no fue generalizado. En países donde la recolección selectiva es mecanizada y donde la clasificación se hace en plantas automatizadas, el sistema siguió operando. La contracara de la moneda es que en países donde los recicladores de base o recuperadores de base no pueden darse el lujo de un `parate`, estos siguieron con su labor en la calle, en vertederos o manteniendo sistemas semi formales. Es la realidad de la mayoría de países de Latinoamérica”, concluye, reforzando una vez más la situación de informalidad en la que operan muchos de los eslabones de la cadena. Se estima que mientras la economía se contraiga, se va a mantener una baja en la cantidad de residuos generados. Pero considerar esto una mejoría es nuevamente caer en postulados un tanto irresponsables. ¿Por qué? Porque una reducción mínima de GEI o de generación de residuos durante unos días no modifica los modos de producción ni los hábitos de consumo. “Además, cuando se vuelve al ruedo hay un efecto rebote, hay una exacerbación de la producción y una relajación del control y de las medidas de fiscalización que provocan un incremento de las emisiones, de los permisos a industrias contaminantes, en pro de la expansión económica, el empleo, etc.”, agrega Baraibar.
Sacar lo mejor
Mireia Villar Forner, Coordinadora Residente de las Naciones Unidas en Uruguay, coincide con Baraibar y Latchinian en que en que la actual crisis del COVID es una señal de un modelo económico fallido, con patrones de consumo y producción insostenibles. Además de sacar a la luz enormes vulnerabilidades estructurales, la pandemia ha evidenciado hasta qué punto el ser humano está ejerciendo presión sobre el entorno natural y las conexiones entre la salud y la naturaleza. Sin embargo, se muestra optimista: “Hoy tenemos una oportunidad histórica para abogar por el cambio, por opciones macroeconómicas y políticas fiscales que estén a favor de los pobres y sitúen los derechos de las personas en el centro, por una mayor inversión en servicios públicos universales y otras medidas que frenen las desigualdades y nos permitan evitar, mitigar y recuperarnos de las crisis extremas del futuro”, señala, haciendo alusión a, más allá de las respuestas de salud directas, las respuestas fiscales y financieras al COVID, la posibilidad de transformación productiva que apoye la agenda climática, con la creación de empleos verdes y la reorientación de las subvenciones a los combustibles fósiles para acelerar la descarbonización.
Y en este sentido, Villar Forner invita a poner el foco en los Objetivos de Desarrollo Sostenibles. “La solución a futuras pandemias ya estaba inventada y es la Agenda 2030 de Desarrollo Sostenible que todos los países suscribieron en 2015. Los que hacen política pública y están diseñando los planes de mitigación y respuesta, pero también los empleadores que están tomando decisiones fundamentales para la protección del empleo, deben valerse de la promesa central de ´no dejar a nadie atrás´, que hicimos en la Agenda 2030”, dice. “Nuestro interés primordial es que los procesos de recuperación que los países van a encarar no aumenten las desigualdades existentes e incrementen su resiliencia a futuro”.
Su colega de aquel organismo internacional, Flavio Scasso, Analista de Programa, Área Desarrollo Sostenible del PNUD (Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo) Uruguay, también pone el foco en la idea de salir fortalecidos de esta situación. “Vemos al coronavirus como lo que es: una crisis global, económica, social y sanitaria. Pero también con la ilusión y el entusiasmo de que sea una oportunidad para darnos cuenta de que llegó el momento de dejarnos de hacer buenos discursos y realmente construir una sociedad y una economía más resiliente y mejor preparada para futuras crisis”, dice.
Y para hacerlo, hay que abordar los grandes problemas ambientales, como por ejemplo, la manera de producir y distribuir alimentos. “Estamos en un momento en el que podemos mostrarle al mundo que existe la posibilidad de generar alimentos localmente, de generar un mercado y comercio ya no basados en las mega agroindustrias”, apunta sobre aquella necesidad, al igual que el aprovechamiento del contexto para trabajar con pequeños productores locales y también con las comunidades indígenas, que saben cómo cultivar desde hace miles de años y cómo preservar los recursos para que esa producción sea eterna. En este tema el PNUD venía trabajando hace ya un tiempo y la crisis no hizo más que dar la razón de que el camino necesario, sin dudas, es este. “Nosotros entendemos que de esta crisis debemos salir con un pensamiento y acción diferentes. Más gente trabajando en el campo, con emprendimientos pequeños y de mediana envergadura, manejándose dentro de los límites de la naturaleza. Si los alimentos no son saludables, más dinero tendremos que invertir en salud”, suma al argumento.
Otro aspecto que menciona Scasso es el ecoturismo, actividad que el PNUD también promueve. Debido a la coyuntura, en el corto plazo, es probable que los viajes al exterior no se habiliten y, naturalmente, la gente comenzará a volcarse hacia el turismo en su propio país, una opción mucho más sustentable que evita la gran huella de carbono que generan los viajes en avión. “El contexto abre una enorme oportunidad para desarrollar el turismo local y los pequeños emprendimientos dedicados a este rubro, permitiendo también la generación de fuentes de trabajo. Y hoy, en Uruguay puntualmente, hay una oferta enorme de ecoturismo que hace 10 o 15 años no había”, indica y recalca la posibilidad de aprovechar el territorio del país durante todo el año (más allá de la zona oceánica donde suele concentrarse el turismo y solo en una temporada).
El nuevo escenario
Entonces, ¿qué es la nueva normalidad? Scasso la define en términos simples: “Es no volver a lo mismo. Es intentar sacar provecho de esta crisis y salir fortalecidos. Generar acciones y estrategias concretas orientadas a generar resiliencia y sostenibilidad”. En términos ambientales, los desafíos que emergen de este nuevo escenario, son enormes. Y la pandemia en muchos casos ha sido “la excusa” para develar ciertas realidades y verdades. O quizás no fue el COVID en sí mismo, pero sí la medidas que se tomaron en torno a él. “La informalidad es un flagelo que lamentablemente va a recrudecer o ya está recrudeciendo en la medida en que se pierden puestos de trabajo. Creo que todos los actores de la sociedad, gobierno, instituciones, empresas, trabajadores, profesionales, mujeres, hombres, deberemos apretarnos el cinturón para hacer espacio y reducir la brecha. Pero es necesario un pacto social”, resume Baraibar. Pero hay luz al final del túnel. En parte, esa luz, dice, pueden ser las empresas volcadas y orientadas al mercado con un propósito social contundente y radical.
En algo coinciden todos los especialistas y es que las economías de América Latina son muy frágiles y en el nuevo escenario, toda América competirá (tal vez salvajemente) por muy pocos compradores globales. Y en esa competencia hay uno que siempre pierde: el medio ambiente. Sin embargo, Latchinian se muestra optimista: “Creo que el ser humano evoluciona, con marchas atrás y adelante. La ciencia, la cultura, la presión social, la legislación ambiental, son muchos los campos que avanzan para resolver los desafíos a los que la humanidad se enfrenta. Esta no fue la primera pandemia, tampoco fue la peor, tampoco será la última”.
Mireia Villar Forner
Coordinadora Residente de las Naciones Unidas en Uruguay de Naciones Unidas
“La inequidad existente en el continente ha hecho que los impactos de la pandemia hayan sido diferenciados, afectando más a los más vulnerables y excluidos. En Naciones Unidas somos bien conscientes de que la situación personal y la condición importan, como importa el oficio, la ubicación, o el estatus legal de cada uno”.
Aramis Latchinian
Ex-director nacional de Medio Ambiente del Uruguay, consultor internacional
“Lo que cuestiona la relación entre sociedad y economía, entre el desarrollo tecnológico y la forma de hacer negocios, es la obscena concentración de la riqueza, la pobreza extrema, la contaminación ambiental, entre muchas otras razones”.
Federico Baraibar
Analista de Programa, Área Desarrollo Sostenible del PNUD (Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo) Uruguay
“Creo que todos los actores de la sociedad, gobierno, instituciones, empresas, trabajadores, profesionales, mujeres, hombres, deberemos apretarnos el cinturón para hacer espacio y reducir la brecha de la inequidad social. Pero es necesario un pacto social”.
Flavio Scasso
Analista de Programa, Área Desarrollo Sostenible del PNUD Uruguay
“Hay que apoyar la presencia humana en el medio rural. A veces se piensa que para que haya un ambiente sano, tiene que no haber gente. Se necesita gente en el territorio pero con otra lógica de producción. Y la pandemia nos muestra esto de manera muy clara”.
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