
La cultura, mediante el arte, puede intervenir de manera directa para sensibilizar
Actor de vocación y profesión, Sergio Mautone es ahora Director Nacional de Cultura de Uruguay. Fiel defensor del arte como instrumento de transformación, tiene la convicción de que cuando el arte emana de una expresión genuina es capaz de cambiar el mundo.
Por María Victoria Pereira Flores
¿Cuándo te empezó a “mover” la actuación?
Siempre fue en mí una vocación muy clara. Mi primera pasión fue la magia; generaba mis propios trucos y tenía una espectadora muy calificada: mi bisabuela, que estaba encantada. Después, rápidamente me fui enganchando con la actuación, aunque no sé ni cuándo ni cómo, porque no vengo de una familia de teatro. De hecho, la primera vez que vi una obra fue a los doce años, con una vecina. Pero mucho antes de eso, sin saberlo, leía cuentos (soy de una generación lectora) y los imaginaba puestos en escena. Tenía la necesidad de darle vida a los relatos y verlos montados en un escenario.
¿Estudiaste actuación?
Cerca de los veinte años fui a la Escuela de Teatro de la ciudad. Fue una experiencia en sí misma, significó por primera vez plasmar en el aprendizaje lo que era una vocación muy fuerte. Recuerdo esos años de enorme intensidad, como algo que realmente me daba mucho placer. Yo tenía una clara afición humanista sin saberlo, siempre me desataqué en letras, mientras que para mi padre lo importante eran las matemáticas, que según él mueven el mundo. En realidad, me encanta todo lo vinculado al arte, pero lo único que estudié de manera sistémica fue actuación.
¿Alguna frase de alguna obra que te haya marcado?
En un momento realizando Hamlet tenía el rol de un guardia que salía a buscarlo, y recuerdo que Hamlet decía en determinado momento, dando cuenta de que no necesitaba del reinado para ser un hombre feliz: “Podría estar encerrado en una cáscara de nuez y sentirme rey de un espacio infinito”. Esa magnificencia para expresar ese estado interior de grandeza, que no tiene nada que ver con el entorno sino en el lugar donde estás y quien sos, esa frase me la personalicé porque así me sentí en el teatro. Sentirse pleno: eso es lo que te permite vincularte con el otro, potenciar y potenciarte. Ese es el sentido de la vida, acercarte a la esencia.
Profesionalmente, ¿cuándo empezaste a trabajar como actor?
En 1996, por distintas circunstancias, volvió mi interés por la actuación. Tenía treinta y pico de años y pensé: ‘Ya no puedo tener complejos’. En ese momento no había castings, entonces empecé a tomar clases para recuperar el vínculo con el mundo teatral. Así fue que coincidí con una propuesta de teatro amateur y recobré el entusiasmo e interés. Ya sabía que quería profesionalizarme y tuve suerte porque el Instituto Goethe llevó adelante en ese momento una producción teatral y el director hacía el casting vía DHL. Cuando me presenté fui con esa cosa de voy, no voy. Era viernes a la mañana, llegué a mi casa y leí en el diario: “Hoy, último día”. Sentí el impulso de ir y felizmente quedé seleccionado. En mi intervención tenía que hacer referencia a la “Noche de los cristales rotos”. En vez de eso dije “la noche de los lápices”, aludiendo a la historia argentina y la película. Al momento pensé que había quedado afuera por no respetar la letra, pero en realidad lo que me pasó fue que calé muy hondo en la esencia del personaje e hice una traducción a mi realidad política y cultural, algo que fue muy considerado, y fue así que me eligieron. Fue un antes y un después. A partir de allí nunca dejé de trabajar, eso me llevó de obra en obra. Fui parte de un grupo que se llamó “Trenes y Lunas”, éramos nosotros mismos quienes elegíamos nuestros textos y decíamos lo que queríamos hacer. Pasamos momentos muy felices de mi vida, todos allí teníamos un lenguaje común, ese grupo fue lo más cercano a lo perfecto desde ese ámbito. Me siento muy agradecido porque me permitió conocer gente maravillosa.
¿Una oportunidad?
Las oportunidades están todos los días, está en uno tener las condiciones para poder apreciarlas. Salir a la calle es una aventura, por ejemplo. El problema es que pocas veces estamos en las condiciones óptimas de poder servirnos de las oportunidades que nos da la vida. Ayuda si uno define su meta y su objetivo porque te hace ver la oportunidad cuando llega.
¿Y cuándo te convocaron como Director de Cultura?
Tuve que dejar la actuación porque era incompatible. Requiere mucha cabeza; más allá del tiempo material, que es mucho, es un tiempo emocional el que te demanda y no podría estar pensando en una obra de teatro en paralelo con todas las responsabilidades que tengo en la Dirección Nacional de Cultura. Justo fue cuando estaba vinculado con un grupo de teatro de Fray Bentos, viajaba todos los fines de semana con mi mujer, que era en ese momento productora. Fue maravilloso: descubrí, aprendí y durante los viajes de ida y vuelta pude ir preparándome para lo que vendría.
¿Qué importancia tienen para vos los temas vinculados con lo ambiental?
Hoy, siglo XXI, es casi imposible no valorar el cuidado del medio ambiente como una necesidad fundamental. El hombre, regido sólo por sus intereses económicos, se está destruyendo a él y a su hábitat, que es nuestra tierra. Nuestra tierra padece esa voracidad y agresividad de manera contundente y al mismo tiempo nos lo hace sentir. Entonces se convierte en un tema esencial, del que teníamos relativamente poca consciencia hace veinte años pero que hoy es de gran preocupación.
¿Y la relación entre cultura y sustentabilidad?
Es muy difícil definir hasta dónde llega la cultura. Es tan amplia la mirada que a veces es difícil instrumentar acciones; la cultura es transversal. Yo suscribo claramente a la cultura como un factor esencial del desarrollo humano y tengo la teoría de que la cultura da las condiciones para que los tres grandes núcleos del desarrollo humano (lo económico, lo social y lo ambiental) puedan encontrar su punto de estrechez y equilibrio. La cultura, mediante el arte, puede intervenir de manera directa para sensibilizar.
¿Y el rol del bienestar?
En la medida en que podamos ayudar a que los seres humanos realmente calen en su bienestar a través del disfrute, serán ciudadanos más proclives a cuidar el ambiente. Ciertos valores culturales te dignifican, si no te valorás, no te sentís inserto en la sociedad, no podés llegar a constituirla. La cultura tiene un papel fundamental, el tema es que es difícil de percibir, es intangible, pero a la vez tiene esencia.
¿Se trata de una interacción?
Tiendo a tratar de construir una visión sistémica, y en todo sistema las partes interactúan y podemos ser visualizados como sector que somos. La esencia no puede perder nunca su lugar, que se expresa en la producción más genuina (más esencial), más pegada a la necesidad de hacer y de decir. Por eso el rol del artista es tan importante como constatación de una mirada genuina, actúa como un registro de la realidad (la vida) y ayuda a la comprensión del mundo, por más que no se lo proponga, ni lo perciba, ni sea su objetivo. Cuando el arte emana de una expresión genuina cambia el mundo, lo dimensiona, lo dignifica y eso crea condiciones para cuidar nuestro entorno. De ahí que cultura y ambiente estén entrelazados.
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