Finanzas para el bien común

Cuáles son los modelos que están cambiando las formas de generar impacto.

Por Lucía Tornero.

 

¿Es posible hablar de planificación financiera sin contemplar el impacto social y ambiental? Cada vez más, las empresas y organizaciones están entendiendo que no es plausible. Es una buena noticia, especialmente para el planeta y aquellos sectores más vulnerables de la sociedad. Y por ello es que estudios e investigaciones indican que el mercado de las finanzas sostenibles viene creciendo sistemáticamente. Y con ello, el surgimiento de distintos modelos que se plasman en proyectos bajo el enfoque ambiental, social y de gobernanza (conocido como ESG, por sus siglas en inglés).

 

Si bien el sistema financiero debe entenderse como parte necesaria e instrumento clave para motorizar el cambio, una región como América Latina no será ajena a numerosos desafíos para lograrlo. Antes de entrar en los diversos instrumentos que emergen, primero hay que comprender el contexto. “La situación de coyuntura internacional, marcada por el aumento de las tasas de interés de Estados Unidos, como para combatir los problemas de inflación mundial, genera un escenario bastante adverso para los mercados financieros de América Latina por el efecto de las tasas de interés de las deudas latinoamericanas y del peso de los intereses dentro de los presupuestos nacionales”, señala Diego Pereira, asesor de instituciones financieras. “Eso encarece la deuda e imposibilita incrementar el financiamiento”, explica.

 

En América Latina, el principal desafío vinculado a las finanzas sostenibles tiene que ver en cómo aumentar los volúmenes de dinero en este tipo de inversiones. “Se da un elemento muy paradójico: la región es el triángulo verde del mundo. Es como un área geográfica en donde este tipo de inversiones, sobre todo las ambientales, deberían tener un destino privilegiado. Sin embargo, lo que urge es lo social. Es decir, los principales problemas tienen que ver con la desigualdad”, continúa Pereira.

 

Entonces, ¿cómo posicionar la región como un activo global verde en el mundo pero también en el desafío de transicionarlo hacia lo social? Sin dudas, la tarea es mucho más difícil. Las inversiones o finanzas que tienen como destino el cumplimiento de los ODS sociales son más complejas y difíciles de instrumentar. “Una gran barrera es la enorme inestabilidad político-económica. Existe una importante incapacidad de generar un crecimiento mayor al 4%. Muchos de ellos también padecen subsiguientes crisis políticas. Esto genera incertidumbre y la incertidumbre es enemiga de la inversión”, enumera el especialista, a lo cual también podría sumarse la ausencia de equidad y racismo, como otros factores a tener en cuenta. Entonces, constituirse en una región más estable que invite a la inversión y permita el desarrollo de distintos instrumentos de financiamiento sostenible e inversión es sin dudas un panorama deseable.

 

 

 

Finanzas para el bien común

 

El mercado de las finanzas sostenibles ha demostrado un desarrollo considerable en el último tiempo. Se espera que este año crezca más que el anterior y en general podemos hablar de un mercado en evolución, que crece y evoluciona también junto con el desarrollo de nuevos instrumentos financieros. “Dos de ellos que han crecido significativamente son los bonos verdes y otros bonos ligados a sostenibilidad, y las inversiones corporativas de fondos de empresas que empiezan a ser utilizadas para apoyar iniciativas orientadas al cambio climático y a combatir contra la inequidad social”, establece Gabriel Berger, de Global Steering Group en Argentina.

 

El último reporte de CBI (Climate Bond Initiative) relevó que en 2021 se emitieron a nivel mundial USD 1,1 billones de GSS (Bonos verdes, sociales, sostenibles, vinculados a la sostenibilidad y de transición). Esta variable también mantuvo su crecimiento en la región de Latam y el Caribe donde se identificaron bonos verdes, sociales y sostenibles emitidos por USD 48,6 mil millones emitidos en el primer semestre de 2021 vs. USD 16,3 mil millones en 2020.

 

Un caso emblemático en en el campo de los bonos es el de Uruguay y los llamados Sustainable Linked Bonds o bonos linkeados a indicadores. ¿De qué se tratan? Están apareciendo más países que emiten deudas públicas, deuda externa, sobre objetivos ambientales o sobre objetivos ODS. “En Uruguay, se agrega el hecho de que paga premios o castiga la tasa en el caso de no cumplir o sobrecumplir la meta. Eso también está generando una especie de bien público internacional, es decir, que los inversores estén dispuestos a ganar menos intereses si el país sobrecumple las metas que se fija. De alguna manera el inversor estaría pagando con su renuncia de tasa parte de lo que los países invierten en conseguir objetivos -como en el caso de Uruguay- climáticos”, señala Pereira. “Este tipo de bonos vinculados a objetivos es uno de los instrumentos que más está creciendo. Son bonos que, a diferencia de los bonos ODS o los bonos verdes, lo que hacen es desvincular la inversión directamente en inversiones verdes o con metas. O sea, se obligan a cumplir metas. Esta especie de desacople en el destino de los fondos permite a los gobiernos tener más flexibilidad con las deudas que toma pero, sin embargo, se comprometen con metas climáticas”, suma. También, podemos mencionar aquellos cuyas metas tienen que ver con sostener el porcentaje de montes nativos.

 

Otro modelo interesante del campo de las finanzas sostenibles es el de blended finances que utiliza Sumatoria, una asociación argentina fundada y presidida por Matías Kelly. Se trata de utilizar la financiación combinada para lograr volumen y a la vez tasas menores para iniciativas con impacto social o ambiental. “Hay inversión pero en general tiene niveles de especulación o apetito de renta muy alto, o mira mucho el riesgo. Es necesario entender las distintas ecualizaciones de fuentes de finanzas sostenibles: quien busca mucho impacto y poca renta, quien busca mucha renta y poco impacto, o las dos cosas”, comienza explicando Kelly. “Entonces, hay como necesidad de fondeo. Decimos que no encontramos muchos inversores de impacto entonces los creamos a través de este concepto que implica mezclar financiamiento o inversión tradicional con filantropía. Creo que cada vez más vamos a ir encontrando inversores de impacto”, asegura mientras lo compara con una analogía: “Si estoy frente a una góndola o dos remeras o dos paquetes de yerba, estoy dispuesto a comprar un poco menos y pagar un poco más si el producto que me ofrecen está certificado con impacto social. Eso al revés no se ve demasiado todavía en la inversión. Es algo en lo que tenemos que seguir trabajando”.

 

Esta posibilidad de crear inversores de impacto mezclando inversores tradicionales con filantropía resulta particularmente novedosa. “Se trata entonces de inversores tradicionales a los cuales les decimos que invertimos en impacto y les pedimos el mínimo de rentabilidad factible, que es bajo quizás para el mercado, pero no tanto para el impacto. Por lo tanto, nosotros estamos dispuestos a bajarlo más todavía”, agrega.

 

Tras 10 años de existencia y luego de la pandemia, Sumatoria decidió reconvertir su modelo de negocios hacia este concepto de financiación combinada. En un principio, la organización nació con un carácter más experimental que se traducía en una plataforma de financiamiento colectivo que invertía el dinero en microcréditos. Los montos eran pequeños y quien invertía recibía un interés similar a un plazo fijo, con el conocimiento absoluto de a dónde iba su dinero, claro.

 

La realidad es que muchas de las organizaciones que pedían financiación estaban en situación de vulnerabilidad o no tenían garantía, lo cual dificultaba la posibilidad de financiamiento. Y así fue que, buscando soluciones, surgió esta posibilidad de “blending finance” que nace de una movida mundial y permite aprovechar una tasa de interés baja pero con mucho volumen. “Conseguimos de inversores el volumen que necesitamos pero bajamos la tasa con filantropía, con donaciones”, cuenta.

 

El modus operandi de Sumatoria consiste en primero hacer una evaluación de impacto social, ambiental o ambos. A partir de eso evaluar y elegir los proyectos financiables, y luego definir las condiciones del crédito. “A mayor impacto, menor tasa de interés. Eso para nosotros es determinante”, asevera Kelly. “Esos criterios van desde la gobernanza, pasando por los proveedores, modelo de negocio, impacto social concreto, etc”.

 

Según el reporte de impacto 2022, el año pasado Sumatoria otorgó 338.476.691 pesos argentinos para financiar a 49 proyectos con impacto positivo. Eso benefició indirectamente a 84.123 personas y directamente a las 1600 personas empleadas en esos emprendimientos. Se generaron 110 nuevos puestos de trabajo.

 

 

Una experiencia pionera

 

El caso de Banca Ética Latinoamericana es emblemático en la región. Se trata de un grupo financiero latinoamericano que tiene el propósito de potenciar empresas y organizaciones de sectores clave de la economía que generen impacto positivo en la sociedad y el medio ambiente. Está liderado por una fundación que se llama Dinero y Conciencia, cuyo presidente es Joan Melé. No hay muchas experiencias previas de un banco de estas características en la región, una que sabemos conlleva muchos desafíos a la hora de hablar de financiamiento sostenible.

 

La organización tiene operaciones en Argentina, Brasil, Uruguay y Chile, donde nació y donde tienen la mayor cartera. Amaia Redondo, gerenta de inversiones del grupo, destaca que es la misma ciudadanía la que está reclamando a las instituciones financieras para que sean más sostenibles, que incorporen en el fondo una conciencia respecto a los efectos de unas u otras formas de financiar. “Hay muchas instituciones que muestran interés por la sostenibilidad pero no lo posicionan en el centro de su negocio. Banca Ética busca instalar y propiciar que los criterios éticos de inversión sean el core de su negocio, es decir, que sus operaciones de crédito o financieras realmente generen un impacto social positivo”, plantea Redondo. “Eso implica que empezamos a mirar todo lo que hacemos con esa valoración. Es decir, nos preguntamos:, ¿qué efecto en el mundo generan esas operaciones que estamos realizando?”.

 

Banca Ética definió tres áreas que buscan financiar: educación y cultura; desarrollo social e inclusión; y medio ambiente y naturaleza. Y lo hacen a través de distintos modelos. “Otorgamos créditos a organizaciones en determinadas condiciones que les permitan potenciar su impacto, pero que también puedan devolver esos créditos. Por lo tanto, los inversionistas que nos acompañan encuentran en nosotros una herramienta para poder promover -a través de sus ahorros, su inversión- una economía más sostenible y fraterna”, detalla.

 

Surgidos en Europa en la década de 1970, los llamados bancos éticos ganaron este nombre entre sus propios clientes debido a sus criterios de inversión en la economía real y su impacto positivo, además de la total transparencia de sus operaciones. En medio de la guerra de Vietnam, parte de la sociedad se preguntó: ¿mi dinero ayuda a financiar conflictos? Actualmente representados por más de 70 instituciones financieras en el mundo, los bancos éticos constituyen la Global Alliance for Banking on Values ​​(GABV), una red global de bancos independientes cuya premisa es el desarrollo sostenible de la economía, el medio ambiente y la sociedad.

 

En 2016 se lanzó el primer prototipo de la Banca Ética Latinoamericana en Santiago de Chile: Doble Impacto. Al año siguiente, un estudio de viabilidad demostró el potencial de la iniciativa regional.

 

Hoy, con despliegue en 4 países, Banca Ética Latinoamericana ha gestionado financiamientos por 80 millones de dólares, (con un stock de 20 millones a diciembre de 2022), y cuenta con una red de inversionistas de cerca de 850 personas e instituciones. El mecanismo a través del cual los conectan con las empresas es diferente en cada país. “En Chile, en el año 2018 se creó la plataforma de crowdlending, un modelo de finanzas sostenibles que conecta a inversionistas interesados en elegir el destino de su dinero, con organizaciones de impacto”, cuenta. “Estas oportunidades con las cuales los conectamos son operaciones de crédito que previamente ya han sido evaluadas en impacto y riesgo, y se ha estructurado un crédito a la medida que le permite potenciar el impacto. Las publicamos en la plataforma, ponemos las condiciones financieras y operativas del financiamiento, y también ponemos todas las características de la empresa, el impacto que genera, indicadores de resultados que podemos esperar de este proyecto una vez concretado”, explica y señala que el 40% de los inversionistas ingresa de esta manera.

 

También existen otros modelos, como líneas de financiamiento con inversionistas de alto patrimonio o corporaciones, empresas, family office, que destinan un monto determinado y que solicitan a la Banca distribuirlo a distintos proyectos con ciertas condiciones. Por último, un tercer modelo es un fondo de inversión público. “Lo hemos desarrollado en 2019 con Quest Capital, que es una administradora general de fondos y que opera hace tiempo en nuestro país. Y con ello, desarrollamos un fondo de inversión que invierte exclusivamente en los proyectos que originamos desde Banca Ética”.

 

 

Alrededor del mundo 
Las finanzas sostenibles presentan un crecimiento y, por supuesto, existen distintas iniciativas en otros países que valen la pena conocer. Diego Pereira señala algunos de ellos. Por ejemplo, en España, existe Bolsa Social. Operan a través de préstamos sostenibles, es decir, logran que inversionistas presten su dinero a empresas de impacto social y medioambiental y obteniendo hasta un 8% de rentabilidad anual, pero también con inversión en capital, convirtiendo a los inversionistas en socios de startups jóvenes y con alto potencial. También, han impulsado un nuevo fondo de inversión de impacto social: el Fondo Bolsa Social. Este fondo, creado junto con la gestora de fondos de Analistas Financieros Internacionales (Afi), permitirá seguir apoyando con más fuerza el crecimiento de las empresas que construyen una economía más humana.

 

Asimismo, en España también se encuentra Fiare Banca Ética, un banco en manos de la ciudadanía organizada, constituido en forma de sociedad cooperativa por acciones, que actualmente opera en territorio italiano y español, con el objetivo de fomentar la cooperación y la solidaridad. Desarrollaron una metodología propia que intenta valorar si la entidad promotora y el proyecto que presenta encajan en la valoración del modelo de gobernanza, su política social y de recursos humanos y su impacto ambiental. Actualmente, también están experimentando con préstamos personales para inversiones sostenibles (desde instalaciones de autoconsumo a vehículos eficientes).

 

Pereira también destaca el caso brasileño de Trê Investimentos, que desarrolla programas y soluciones financieras con el objetivo de orientar el flujo de dinero a causas sistémicas, buscando ampliar el impacto positivo generado, además de estimular el vínculo entre comunidades empresariales, emprendedores e inversionistas. Poseen distintos modelos: la Inversión Colectiva o Préstamo Directo (peer-to-peer credit), una forma de financiación de personas o empresas a través de préstamos directos de varios inversores. Asimismo, otra de las soluciones que ofrecen son los fondos filantrópicos: los recursos de la donación pueden ser dirigidos a negocios y proyectos en etapas tempranas, como capital semilla para las ideas que necesitan nacer. Además, también es posible que el fondo se utilice como reserva para mitigar riesgos (primera pérdida), así como para cubrir parte de los gastos con la estructuración de equipos de apoyo al negocio.

 

Otro ejemplo de Blended Finance que mencionaba Kelly es -también en Brasil- Sitawi, pionera en invertir para lograr un impacto positivo. Desde 2008, movilizan más de R$ 27,5 millones en préstamos para negocios con impacto socioambiental. En 2019, desarrollaron su Plataforma de Préstamos Colectivos, que llegó para democratizar la inversión de impacto en Brasil. También trabajan en el modelo de préstamos Peer to peer. Esto asegura que las organizaciones reciban crédito por apoyar su causa.



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