
Armando Bermúdez: un mundo en un país
Para la mayoría de las personas, la República Dominicana, es casi un sinónimo de playas y hoteles de lujo. Pero ese pequeño país tiene gran diversidad de paisajes, incluyendo los bosques más extensos y las montañas más altas de las Antillas.
Por Juan Carlos Gambarotta.
En República Dominicana, hay tres sistemas orográficos de más de 2.000 metros de altura, y uno de ellos, la Cordillera Central, alcanza los 3.087 m.s.n.m en el Pico Duarte, situado en el Parque Nacional Armando Bermúdez.
La Cordillera Central constituye un mundo aparte dentro del país. Cuando se abandonan las tierras bajas, comienzan a verse poblados muy pintorescos donde viven muchas personas que nunca han visto el mar. El P.N. Armando Bermúdez protege 766 km2 de montañas y profundos valles que no solamente están despoblados, sino que en su mayoría no son pisadas por pies humanos. Siguiendo los caminos de ascenso al Pico Duarte -lo que también es posible hacer desde el P. N. José del Carmen Ramírez- se avistan montañas que no tienen nombre y albergan bosques intocados.
Ambos parques nacionales son de inestimable valor, porque en él nacen los ríos Yaque del Norte y Yaque del Sur, los más importantes del país. Debido a que predominan las rocas volcánicas, y a que la mayoría de los bosques son vírgenes, la claridad del agua de los torrentes semeja vidrio celeste. En las zonas bajas, y bosques ribereños que rondan los mil metros de altura, hay vegetación selvática, siendo características las bellas palmas “manacla” y árboles de hoja ancha, pero poco después cambia por completo y uno cree estar en un bosque boreal debido a que pasa a estar casi exclusivamente compuesto por pinos. Allí es la patria del Pinus occidentalis, un pino endémico de la isla La Española. En invierno puede haber hasta 8 grados bajo cero y las sabanas de pajón suelen amanecer con escarcha.
A 1.800 metros de altura, en una zona del sendero apenas húmeda, encontré un cangrejito de aspecto marino de vivo color naranja, endémico de esas montañas.
El alimento para las mulas comenzó a escasear por encima de los 2.000 metros y las pobres comenzaron a morder, a su pasada, los helechos que asomaban en el camino. Más arriba aún, al desaparecer también los helechos, las mulas se vieron obligadas a comer pinocha. A los 2.650 m de altura llegamos al ojo de agua que da origen al río Yaque del Norte, inmejorable fuente para recargar nuestros envases. Más adelante, nos encontramos con un espectacular paisaje de aquel memorable ascenso. Transitábamos un bosque abierto de pinos, donde en una ladera muy empinada reinaban amplios pastizales amarillos. Frente a nosotros se adivinaba un profundo valle, y más adelante, montañas y más montañas que del verde iban pasando al azulado con la lejanía. ¿Qué secretos guardarían?
El tercer día sería el definitivo para llegar al Pico Duarte. Al principio de la caminata había pinos cuyo grosor me sorprendió dada la altura, luego vimos una larga y ancha franja donde todos los pinos estaban caídos en la misma dirección, secuela de un huracán, y más adelante, una zona donde eran muy bajos y parecían producto de la jardinería japonesa. Salimos con sol, pero luego alcanzamos las nubes y nos metimos en ellas. Con casi nula visibilidad, llegamos al promontorio rocoso que constituía la cumbre de la montaña. Por un rato estuve parado allí, sin identificar dónde. Poco después comenzó a correrse la nube, y casi bajo mis pies apareció el magnífico y amplísimo paisaje de montaña y bosques. En silencio felicité a la República Dominicana por sus esfuerzos de conservación.
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