Adquirir tierras para conservarlas

Por María Victoria Pereira Flores
Fotos: Gentileza Ambá

 

Las aéreas protegidas son un instrumento necesario en miras de la protección y conservación de la biodiversidad y los paisajes. En el año 2000, Uruguay conformó el Sistema Nacional de Áreas Protegidas (SNAP). Desde entonces, muchas áreas que con anterioridad habían sido objeto de diversa protección junto a otras nuevas, se han ido incorporando paulatinamente a dicho sistema (aunque aún quedan por reclasificar unas cuantas). De forma paralela, siguiendo las tendencias internacionales, la organización Vida Silvestre lanzó el Proyecto “Refugios Privados” que reúne predios de particulares de forma independiente al SNAP, basados en un reconocimiento del territorio por sus valores naturales, realizándoles un Plan de Manejo del área y con miras a constituir entre todos una red de protección no pública.

 

Por otro lado, diversos propietarios de predios privados empezaron proteger sus campos y, mediante una forma altruista, han re-direccionado sus procesos hacia manejos sustentables. Entre dichas experiencias encontramos una que altera el orden habitual del procedimiento en Uruguay: particulares que compraron tierras con el principal objetivo de destinarlas a la conservación. Ese es el caso de Ambá.

 

Para los guaraníes, “Ambá” simboliza el lugar hacia donde debemos fijar nuestra dirección, nuestro propósito más alto. Y ese mismo término, para los indígenas Udegei en el extremo oriente de Rusia, simboliza el tigre del amur, el felino más grande de la Siberia y la personificación del Espíritu del Bosque.

 

En Ambá todo comenzó con un grupo de 10 familias que compraron 90 hectáreas en Aiguá, en las serranías que forman parte de la alta cuenca de la Laguna de Rocha, paisaje protegido del SNAP y lugar donde conviven un conjunto de comunidades y productores agropecuarios que principalmente comparten el interés por la conservación de la biodiversidad, la recuperación ambiental y el ecoturismo, como desarrollo territorial sustentable. Los miembros de Ambá reconocen que son gente de ciudad y, por ell,o las primeras hectáreas que adquirieron paisajísticamente son maravillosas y biodiversamente riquísimas, pero no son aptas para vivir por los fuertes vientos de sus alturas. Luego se sumaron a la iniciativa otras 10 familias y se incorporaron 90 hectáreas más en una zona más baja. Allí es donde precisamente desde hace dos años viven algunas pocas familias, aunque aclaran que el objetivo principal no es vivir allí sino conservar el lugar. El año pasado inauguraron una escuela no pública y sostenida bajo el sistema de “padrinos”: La Colmena. Está abierta a todos los niños de la zona y tiene como propósito mantener la misma maestra para que tenga continuidad en la forma en que los niños aprendan. La escuela es un “proyecto hermano” de la reserva por ir en la misma dirección y sobre la misma filosofía.

 

En cuanto a la modalidad de trabajo en el área, Maximiliano Costa, su coordinador, cuenta que actualmente se encuentran con todas las energías puestas en realizar un Plan de Manejo. En lo que respecta a la forma de organizarse, se reúnen de forma mensual y todo lo deciden por consensos; incluso para las construcciones dentro del área, los proyectos deben pasar por la aprobación de la comunidad, y para ello la transparencia es clave. También resalta que están tratando de conseguir que se sumen algunos de los vecinos de campos linderos a la propuesta de conservación. Asimismo, tienen el objetivo de realizar producciones sustentables para que el área pueda mantenerse por sí sola y sea económicamente sostenible en el tiempo. Pero humildemente se consideran que son un “gran experimento que va aprendiendo sobre la marcha” y que, para arribar a sus fines, han buscado aliados estratégicos. Por ejemplo, tienen un proyecto de gestión con el Centro Universitario Regional Este (CURE).

 

Dentro del equipo interdisciplinario hay biólogos, geógrafos, sociólogos, escritores, terapeutas y naturalistas, todos reunidos en un “proceso de aprendizaje-enseñanza para la convivencia armoniosa de las comunidades de las sierras con su ambiente, en el profundo reconocimiento de la interdependencia con este, para alcanzar el bienestar común”.

 

 

El desafío como grupo es “cambiar sus costumbres depredadoras para dejar de transformar a la Tierra en un desierto”. Y tienen como consigna que “el respeto por la biodiversidad no sea solamente producto de un pensamiento ecologista, sino también de valores existenciales, basados en el amor por la naturaleza y el anhelo de heredar a las futuras generaciones un espacio de libertad y belleza, donde crecer en relación íntima y amorosa con su entorno”.

 

 

Conocé más sobre la iniciativa en amba.org.uy



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